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La guerra diminuta.


Las hormigas Messor bouvieri son los insectos más abundantes del planeta: habitan en hormigueros subterráneos de hasta decenas de miles de obreras. Su nombre genérico significa "cosechadora" (Messor era ayudante de la diosa romana de la agricultura, Ceres) y alude a que se trata de hormigas ; a base de recolectar semillas llegan a modificar la estructura de especies vegetales del pasto. Por ahora, contemplemos esta imagen propia de este tiempo de tormentas: dos "cosechadoras" enzarzadas en una lucha a muerte. Pertenecen a distintos hormigueros, y de su combate puede depender el destino de miles y miles de hormigas. ¿Pero por qué han llegado estos insectos a trabarse en semejante duelo? Y lo primero de todo, ¿cómo se han reconocido como rivales? La respuesta es que cada hormiguero tiene su propio olor característico, así que las hormigas notan pronto cuándo una compañera pertenece o no a su colonia.

Normalmente cada colonia no interfiere mucho con las demás porque cada una tiene sus propias rutas para recolectar semillas, pero, cuando llueve, los rastros químicos que marcan esas sendas sobre la tierra se borran, con lo cual hay que trazarlas de nuevo y entonces se producen encontronazos con las hormigas vecinas. Resultado: la guerra comienza.

La gran obrera que se alza amenazadora sobre su rival estaba minutos antes patrullando lejos de su hormiguero, pero su encuentro casual con una hormiga de otra colonia degeneró en esta batalla a muerte. El objetivo de cada hormiga es la aniquilación total de su adversaria, porque, si ésta quedase viva, huiría a su hormiguero y daría una señal de reclutamiento consistente en un olor especial (la feromona de alarma) y un débil chirrido (emitido con un raspador pequeño de su cintura); entonces regresaría al ataque con más hormigas dispuestas a zanjar de una vez la refriega. Primero los dos ejércitos calibrarían sus fuerzas, aunque aún no se sabe cómo lo hacen - quizá cada hormiga cuenta de algún modo el número de obreras cabezonas rivales, lo cual da una idea del tamaño del hormiguero enemigo. Si hay mucha superioridad en un bando, la batalla puede desencadenar una guerra total, en la que una columna de hormigas se abre paso hacia el hormiguero rival y no cesa hasta entrar en él y acabar con la colonia. Así habrán ganado sus graneros subterráneos y el territorio donde se abastecían de semillas, en resumen, muchísimo alimento y suelo por donde extender su hormiguero.

Pero es llamativo que las hormigas estén individualmente dispuestas a morir por estas ventajas para su grupo. ¿De dónde sacan tan ciega lealtad?
La clave es que las obreras han optado evolutivamente por no reproducirse, dedican su vida a ayudar a su madre, la reina, a criar a sus hermanas que sí se reproducen, las hormigas aladas. Así que si las obreras, muriendo, ayudan a salvar su hormiguero, habrán triunfado en el juego darwiniano por la existencia:

la reina madre seguirá viva, y los genes de las obreras caídas en combate podrán pasar a la siguiente generación a través de sus hermanas y hermanos alados...

Un vampiro vegetal.


La mayoría de las plantas se fabrican su propio alimento, pero algunas, además, se lo roban a sus vecinas. He aquí una de estas ladronas, llamada "Bartsia latifolia", o algarabía. A su lado suelen verse hierbas que están como secas , con el aire pálido y enfermizo de las víctimas del "vampiro", porque Bartsia les está chupando la savia desde las raíces, como podremos comprobar excavando con cuidado. Cuando las raíces de Bartsia contactan con las de su víctima, se hinchan atrapándola y forman así botones llamados haustorios, por los cuales succiona la savia bruta de su desdichada vecina - parece gustar especialmente de la savia de pequeñas espigas, . De este modo, Bartsia logra crecer un poco más a costa ajena, en lo que constituye un ejemplo del llamado parasitismo. Pero eso no es todo: la superficie de Bartsia es viscosa, pegajosa... como, supuestamente, lo era la de los antepasados de algunas plantas carnívoras que atrapan a sus presas mediante hojas adhesivas, como la grasilla. Así es Bartsia latifolia: un parásito con trazas de ancestro de planta carnívora.

La desconocida Apteromantis aptera



Aqui tenemos una de las especies más raras y desconocidas de Europa. Esta mantis sin alas, llamada "Apteromantis aptera", con sus ojos puntiagudos y su color verde hierba, solamente se ha encontrado en la mitad Sur de la Península Ibérica. Se descubrió en la provincia de Ciudad Real, hacia finales del Siglo XIX. La población que hay en nuestro ecosistema hace la número catorce en todo el mundo, y la única conocida en el Campo de Montiel(Ciudad Real).

La Aperomantis es un ejemplo de endemismo, esto es, de especie que está distribuida ocupando en total un área bastante pequeña, en este caso menor que un país. Gran parte de la altísima biodiversidad de la Región Mediterránea se debe a que contiene muchos endemismos, no sólo esta mantis, sino también muchos otros insectos (mariposas, grillos, escarabajos...), muchas plantas (sobre todo hierbas) y hasta vertebrados (sin ir más lejos, la liebre ibérica es un endemismo).

Podríamos pensar: pues vale, y ¿qué valor real tienen estas especies?.

Por ejemplo, el papel que desempeña Apteromantis en su comunidad lo podría representar prácticamente del mismo modo cualquier otra mantis pequeña de las que coexisten con ella en los tomillares, quizás alguna especie de Ameles. ¿Cuál es, entonces, el valor de los endemismos?

La gente paga millones por cuadros, esto es, por obras hechas por el hombre.

¿Cuánto habría que pagar por cada especie en la naturaleza, cada una de las cuales es fruto de millones de siglos de evolución, una obra que el hombre no puede realizar?

Al igual que el valor de un cuadro no está en la cantidad de pared que tapa, el valor de cada especie en un ecosistema no sólo se mide por su función. Las especies únicas hacen de nuestros campos lugares irrepetibles a escala mundial.

Aprendamos a conocer nuestros endemismos para poder valorar lo todos tenemos.

El cáncer podría detectarse 5 años antes gracias a un nuevo análisis de sangre


En la universidad de Nottingha, Gran Bretaña, y en la de Kansas, Estados Unidos, descubrieron que pueden identificarse las primeras señales que emite el sistema inmunológico cuando una persona comienza a desarrollar cáncer.


El futuro tumor podría detectarse cinco años antes de que se forme a través de un nuevo análisis de sangre. Dicho análisis ya se probó con éxito en los Estados Unidos y, en Gran Bretaña, sería introducido en los primeros meses de 2011. Ahora, los científicos están investigando si este método puede aplicarse en otros tipos de tumores.


Los avances son de gran trascendencia porque los síntomas físicos del cáncer no aparecen al menos hasta que la enfermedad se desarrolla en sus dos terceras partes y, en un caso de cáncer de pulmón, el tumor puede tener, para ese entonces, el tamaño de una pelota de tenis. La detección tardía de la enfermedad es lo que, en la mayoría de los casos, deriva en la muerte del paciente.


Características del análisis


La investigación que realizaron los científicos estadounidenses y británicos muestra que, producto del cáncer, las células irregulares producen una pequeña cantidad de proteínas llamadas antígenos. Eso fuerza al sistema inmunológico a reaccionar produciendo una enorme cantidad de anticuerpos. Los especialistas descubrieron que, si se identifica la combinación de antígenos, se puede detectar el tipo de cáncer que el paciente va a desarrollar. Y esto puede hacer solamente con 10 ml de sangre. "Es como si el cuerpo gritara tengo cáncer antes de que pudiera ser detectado" , graficó el profesor especialista en cáncer de mamas, John Robertson.


La presentación del test se hará en la conferencia anual de la Sociedad Americana de Oncología, en Chicago, la semana próxima.

Cuando las matemáticas señalan qué bosque proteger

Investigadores aplican la teoría de redes para estudiar la conservación de bosques
Algunos fragmentos de bosques resultan claves para todo el conjunto del paisaje

Imaginemos los ecosistemas forestales no como un catálogo de valiosas especies
sino como flujos de genes que circulan por grandes redes, tal y como ocurre
con
la información en Internet. ¿Cómo protegeríamos esta red natural cuando
están
cayéndose uno tras otro los servidores?

Esto es lo que han estudiado investigadores de la Estación Biológica de Doñana (EBD) y de la Universidad de Sevilla, en un trabajo que publica esta semana la versión online de la revista PNAS. Y para ello se han servido de una herramienta informática basada en la misma teoría de redes utilizada para los estudios en Internet, pero aplicada en este caso a las casi 23.000 hectáreas de áreas arboladas del valle del Guadalquivir, un paisaje forestal muy fragmentado y rodeado de cultivos, igual que otros muchos ecosistemas forestales de hoy en día.




"Aplicar la teoría de redes nos permite comprender las conexiones entre los distintos fragmentos de ese bosque y establecer un ranking de los fragmentos más importantes para el mantenimiento de la conectividad global", detalla Jordi Bascompte, investigador de la EBD/CSIC.

Si la teoría de redes analiza la forma en que varios nodos interactúan entre ellos, en esta ocasión los nodos corresponderían a las 535 islas de vegetación de ese paisaje forestal andaluz, unos fragmentos boscosos con una extensión de entre cero y 1.737 hectáreas (42 hectáreas de media). Aunque en este trabajo los investigadores se centraron en 23 nodos que compartían cuatro especies vegetales concretas: jara negra (Cistus salvifolius), mirto (Myrtus communis), lentisco (Pistacia lentiscus) y coscoja (Quercus coccifera). De esta forma, podía analizar patrones de interacción entre los fragmentos de bosques en función de similitudes genéticas significativas.

"En tres de las especies estudiadas se observa un patrón de variabilidad genética espacial común, con módulos o grupos de islas forestales genéticamente muy parecidas entre sí, pero distintas a las islas de otros grupos", detalla Bascompte, que cuenta que cada uno de esos módulos sería una unidad de conservación, es decir, el porcentaje de bosque que hay que preservar para que los procesos ecológicos y la diversidad genética se mantengan en niveles aceptables.

Pero lo más interesante de todo es que los investigadores también han encontrado que algunos de estos fragmentos boscosos tienen una relevancia mayor que el resto para el conjunto del paisaje: "Son el punto clave porque actúan como ‘conectoras’, son como un grifo por donde fluyen los genes por el paisaje entero". "Alguien que viese este paisaje puede pensar que en una zona como esta con 500 rodales no pasa nada si se quita uno o dos, pero si se elimina justo uno de estos fragmentos conectores el impacto sobre todo el conjunto sería tremendo y se empobrecería mucho su diversidad genética", asegura el investigador del CSIC.

"Esto es importante porque si tenemos unos recursos económicos limitados entonces hay que priorizar. Hasta ahora la elección de qué proteger era subjetiva, pero con estas herramientas informáticas podemos determinar los nodos que hay que proteger antes y de manera totalmente objetiva". De los 23 nodos en los que se encontraban las cuatro especies estudiadas por los investigadores, eran uno o dos los 'conectores'. Ahora bien, eran distintos para cada una de estas especies.